Episodio 23
Eugenia
“Era
difícil entender qué era exactamente lo que trataste de decirme en tu carta. Y
creo que hasta ayer lo reflexioné. Pero te haré saber algo…” dijo y por un
momento quedó en silencio desviando su mirada a los asientos de adelante.
“Te escucho, George”.
Si él estaba por
confesarme lo que realmente piensa acerca de mí ya se estaba tardando.
“Es si…”
“¿Si…?”
“…Si…”
“Venga, qué es lo que
quieres hacerme saber”.
“…Es que… sí fue
agradable hacerte enojar las veces que fuera posible. Creo que esas veces en
que no te ignoraba me gustaba hacerte enojar”.
~¿¿¡¡Eso
es lo que se tardaba tanto en decirme!!??~
Ansiaba escuchar de él
otra cosa que a mí me hubiera gustado que dijera como “me gustas pero no he
sabido cómo expresártelo” o por lo menos me dijera “me gustaría mucho comenzar
ahora sí una buena amistad contigo”.
Baaah, creo que he
llegado lejos con mis estúpidas ilusiones.
“¿Entonces te sentías
bien al hacerme enojar, ah? George, por eso no te soportaba y no te quise cerca
de mí. Tan mal nos llegamos a caer que hasta tú también te enojabas porque sí y
eras horriblemente grosero. Total, el tiempo seguirá pasando y es posible que
en algún momento se nos olvide esa parte de nuestra etapa”.
“Jajaja, creo que será
una de las anécdotas que podré contar a mis futuros nietos. Después de todo
tuvimos momentos divertidos”.
“Más bien tuviste tú
los momentos divertidos”.
El chofer hizo una
parada a la cual se le oyó gritar “Arnold
Grove”. Ya debía de levantarme del asiento antes que volviera avanzar, por
lo que le dije rápido a George.
“Como sea, no creo ya
verte, pues este fue el último pago que mi papá realizó de la casa. Así que…”
“Adiós”. Respondió él.
“Adiós”. Respondí.
Bajé del autobús y
quedé un tanto parada a la esquina del poste. George al parecer lograba verme a
través del apañado vidrio de la ventana trasera y quedó así por un largo
momento hasta que el bus se distanciara más allá de la siguiente calle.
Era mejor meterme a
casa antes de que mi padre empezara a contar los minutos del reloj.
“¡Eugenia! Hasta que al
fin has llegado. Ahora a la cama, mañana tienes colegio”.
Serví un vaso de leche
en la cocina y me subí finalmente a dormir, aunque tardé en eso, pues no
lograba conciliar el sueño ya que me quedé pensando si era posible en que
George llegara a verme otra vez.
~Un sí~, pensé, ya que
esta fue su casa y nadie le quita el derecho en que la volviera visitar.
Al día
siguiente…
Una mañana del jueves
durante el descanso me decidí ir a los campos de atrás con mi almuerzo en la
mano. Ahí Andrea yacía sentada bajo la sombra de un árbol solitario y
dibujando.
Me acerqué a hablarle
en castellano aunque Andrea respondió de distinta manera que no alcancé a
entender.
“¿Qué dijiste?”
“Bon dia, senyoreta”, lo que quise decir en castellano buenos días,
señorita”.
“Ah, ¿y eso fue
italiano?”
“No, fue catalán”. Se
echó a reír. “No te he platicado que soy de Cataluña”.
“No. Me habías contado
que eras de España”. Después de contestarle Andrea se echó a reír.
“No no no, Eugenia.
Creo que estás un poco confundida. Te explicaré, claro, si te facilita entenderme
el castellano”.
“Sí, Andrea. Adelante”.
Me fui a sentar junto a
ella al pasto y entonces ella me empezó a explicar en castellano.
“Cataluña no es un país
sino una comunidad autónoma de España”.
“Ah, qué ignorante
seré. Juro haber pensado que era un país”.
“Bueno, ahora sabes que
no”. Sonrió gentilmente.
Por encima de la gruesa
hoja blanca de su bloc de dibujo, visualicé unos grandes ojos que me resultaron
haberlos visto antes.
“¿De quién son los ojos
a los que has acabado de dibujar?”
“Mmmmm, no me he
aprendido el nombre del tío pero le habla muy bien a nuestra amiga Karla. Creo
que es su vecino”. Contestó.
“Me hace pensar en un
chico a quien conocí un poco antes de ingresar al hospital”. Comenté con
reserva.
“¿Sí?”
“Sí. Oye, te han
quedado muy reales”.
“Es lo que veo”. Dijo
alzando el dibujo a la altura de sus hombros.
“Parece
que los tiene completamente fijos a cualquiera que se los quede mirando”. Le
comenté.
“¿Y
quién es el tío que conociste en el
verano?” Preguntó mientras estaba por sacar su almuerzo de la bolsa.
“Era…”
Alguien
se había acercado a saludar a Andrea de beso en la mejilla y noté que era
Karla.
“Hola,
Eugenia”. Saludó de beso a mi mejilla. “¿Qué hacen?”
“Yo
dibujo y hablaba con Eugenia en castellano. ¿Tú qué cuentas?”
“Nada,
saliendo de la dirección por mi primer reporte. Ya saben, por la babosa de Lucy
que quiso jalarme los cabellos nada más porque le haya dicho que su cabello era
artificial. Ah, y Andrea, qué ojos tan más lindos hayas dibujado. ¿Acaso son de
mi vecino?” Preguntó Karla refiriéndose al bloc que había dejado Andrea
abierto. Ella le respondió con un sí.
“Muy
bien. Se los deberías de enseñar algún día”. Sugirió Karla.
“Pues
cuando me invites a salir con él yo con gusto se los enseño”.
Solté
una risa ligera cuando estas dos intercambiaban sonrisas pícaras.
“Vale,
pero conste de que no te eches a corres cuando lo veas y te invite a salir con
él”.
“Vale,
no lo haré”. Sonrió traviesamente Andrea.
En
ese momento dos chicas a las que conozco muy bien pasaron en frente de mí
carcajeándose dentro de una conversación animada sin que alguna de ellas, la
más alta y de pelo muy largo percatara mi presencia, hablo de Janeth Palacios.
“Ay,
Dot, por eso me caes muy bien porque eres tan graciosa y no te tomas las cosas
tan en serio como otras que tú ya conocerás”. Y me lanzó una mirada severa. Me
pongo a pensar:
~ ¿Me habrá lanzado también esa indirecta?~
Mis
amigas con quienes estaba sólo se las quedaron mirando.
“Ésa…
era tu amiga, ¿no?”. Apuntó Karla a Janeth.
“Era,
Karla. Ésa ya no es mi amiga”.
“¡Qué
indiferente se comportó cuando te vio!”. Comentó Andrea. Sin embargo quise
desviar a otra parte el punto de conversación preguntándole a Karla si había
logrado entrar a danza.
“De
hecho tengo que irme. Hoy se abre el taller y el profesor quien la parte me
solicita. Las veo en clase”.
“Hey,
antes que te vayas, ¿cómo se llama ese amigo tuyo que una vez me presentaste?
Es que Eugenia no está muy segura si lo conoce”.
“¿Te
refieres a Paul, Andrea?”
“¡¡Exacto!!”.
Dijo Andrea apuntando el dedo.
“¿Paul?
¡Paul McCartney!”. Dije al momento de acordarme de él.
“Qué…
¿lo conoces, Eugenia?? Bueno, luego me platicas, tengo prisa en llegar al
taller. Nos vemos”. Dijo Karla y se levantó del pasto dejándonos.
Una vez que se haya acabado el descanso
entramos a la clase de química. La clase de química para mí era una de mis
peores clases aparte de las matemáticas. El profesor quien la partía no tenía
ninguna intención de enseñarnos a nosotras sus alumnas, sólo ayudarnos con lo
que él supuestamente le correspondía.
Yo
jamás había estudiado anteriormente química en mi vida, ni si quiera en
“Argot”, el colegio internado de París que fui hace un par de años atrás. Nos
había dejado una tarea pero la verdad no tuve el mínimo interés de hacerla por
lo que le hablé a Andrea.
“Estoy
apenada por lo que estoy a punto de pedirte pero… ¿me podrías pasar la tarea?”
“¿Por
qué no la hiciste?” Musitó.
“No
le he entendido”.
Andrea
sacó el formato con el que debía entregarse la tarea de los problemas. Sin
embargo estuvo por dármelo cuando unas hábiles manos pasan y le a rebatan el
formato.
“¡Vaya!
¡Con que pasando la tarea a la más burra de esta aula!”
“¡Dámela,
Lucy!”. Exclamé molesta. Intenté quitarle el formato pero ella lo había
escondido detrás de su espalda para así no haberlo yo alcanzado.
“Qué
lástima le has de dar a tu amiga Andrea para que te esté pasando la tarea a
última hora, Eugenia, o mejor dicho ballena”.
“¡Deja
de llamarme así!”
“Si
me disculpan voy con el profesor”. Ignoró lo que le había dicho y pasó en medio
de las dos.
El
profesor había apenas colocado su portafolio encima del escritorio cuando ésta
fastidiosa se le acercó acusarnos de inmediato. Entonces todo el mundo calló y
el profesor empezó a decir:
“Si
ha sido así, ésta tarea queda completamente anulada”.
Después
de haber escuchado eso Andrea engrandeció los ojos tanto como pudo y se levantó
de su pupitre.
“No,
profesor. Por favor no me lo anule, me ha costado hacerla y no se vale”.
“Eso
lo hubieras dicho a tu amiga antes, a ver si a la próxima no regalas tu
esfuerzo a los demás pasándoles tu tarea”.
Andrea
no volvió a dirigirme la palabra durante toda la clase y de las posteriores.
Aprendí a preparar el
té de la tarde para calmar un poco mi ansiedad porque estaba por decirle cuando
él llegara, y es que tal vez se moleste un poco con mi irresponsabilidad dentro
del instituto y sobre todo con las asignaturas que me van mal.
Fui al espejo del baño
y me empecé a hablar a mí misma.
“¡¡Hola,
padre!! ¿Quieres té el que preparé? Así lo pruebas y te diré lo que pasó hoy, ¡me
dieron un reporte!”
~Qué sarcasmo usaste, Eugenia…. No, el hombre es
capaz de atragantarse con lo que le tengo que decir. Intentaré de otra manera.
~
“¿Papá,
cómo te fue? ¿Bien?, porque a mí me dieron hoy esta tarde un reporte en el
instituto”.
~No… seré demasiado brusca en decírselo. ¡Ya sé!
¿Por qué no le digo algo bueno para distraer un poco su enojo y su estrés que a
diario lleva? Le diré entonces~:
“Papá, te tengo dos noticias. Una buena y una mala.
La mala es que tengo un reporte en el instituto por mi irresponsabilidad de no
traer tareas en la asignatura de química, aparte de mi deshonestidad por
pretender que me pasaran la tarea. La
buena es…”
~Buena pregunta Eugenia. ¿Qué noticia buena le
darás a tu querido padre?~
Me
quedé pensando en silencio hasta que logré encontrar una noticia cierta y buena
que podría decirse:
¡Saber
preparar por fin el té de la tarde!
Suaves brisas hacían
presencia en una tarde de París y niños aprovecharon a salir a jugar con la encontrada
débil luz del sol. Ahí pasaba el joven apuesto a quien hace unas semanas se
hacía enterar quién era la hija de su estimado amigo Larry Le Brun. Y es que
desde esa primera llamada a principios del nuevo año, Fabien Marcel no había
dejado de pensar en lo que le había dicho esa inofensiva voz por teléfono.
Durante días había estado buscando el teléfono de Larry Le Brun en los papeles
de casa y en el cajón de su escritorio pero jamás lo había encontrado. Decidió
ir a la casa donde vivía sólo que en esa casa habitaba ahora una familia ajena
a él entonces como última opción era ir a la casa de los padres de Larry y
nadie le había abierto un frío atardecer de febrero.
~Si
tan sólo me hubiera dado el número de donde ella llamó~
Cuando pasaba él en
frente de los niños detuvo el paso y quedó observándolos, como si uno de ellos
le daría la solución a su problemilla, pero quizás un poco más atrás de los
niños podría ser. Un alto señor de rubios cabellos caminaba por la acera y se
le estaba yendo al hombre por lo tanto lo alcanzó apresurando el paso hasta
poderle tocar el hombro y haberlo saludado.
“Salut, Fabien! Comment ça va ?!”
“Bien, merci!”. Se estrecharon la mano y abrazaron.
“¿Lleva prisa, señor?”
“No, ¿por qué?”
“Quiero preguntarle ¿Es
cierto que Larry se haya ido del país?”
“Es cierto, muchacho. Él
ya no vive en este país desde hace ya más de un año”.
“Sí me enteré sólo
quería comprobar si era cierto de que él se haya ido a vivir creo a Inglaterra
con su hija”.
“Así que lo sabes,
¿cómo es que te enteraste? Haber platícame y vayamos a sentarnos a una banca de
parque”.
Fueron hacia el noreste
y empezaron a caminar por el pequeño parque de ahí.
“Mire, ¿creerá que
hablé con su hija hace dos semanas?”
“¡Eugenia! ¿Cómo es que
la contactó?”
“Ella me contactó a mí
pero por desgracia la llamada se cortó y ella no volvió a hablarme. Me gustaría
volverle a llamar, pues quisiera saludar a Larry y saber cómo le ha ido por
allá, después de todo él más que un amigo fue un padre para mí y ha pasado una
difícil situación respecto al fallecimiento de su esposa. Lo que se rumora por
ahí es que él quedó en banca rota lo que le impulsó a suicidarse, y a su hija
la mandaran de vuelta al internado”.
Encontraron una banca
sola y fueron hacia ella a sentarse tranquilamente. Entonces Géroux le comentó:
“Más que rumores son
falacias, muchacho. Como tú mismo lo has dicho solamente se fueron del país.
Tengo que ahorrar dinero para irlos a visitar pero será dentro de dos años
hasta que junté una buena cantidad, ya que ando muy gastado con los trámites y arreglos
de mi nueva casa que compré en Ottawa”.
“¿También se piensa ir?”
“Dentro de una semana,
muchacho”.
“¿Y su trabajo en Nueva
York?”
“Con Nueva York ya no tengo
nada que ver, ya finalicé ahí mis negocios”.
“¡¿Pero por qué señor?,
si le iba tan bien!”
“He decidido comenzar
mis negocios y mis propios proyectos a otro país. Es por eso que me voy a
Canadá, tengo un socio que me está ayudando a poner una plaza comercial allá
por la ciudad, y la verdad me espera otro gran gasto para la construcción de la
plaza”.
“Bueno, señor. Eso sí
que me da gusto escucharlo, felicidades”.
“Gracias. He estado
juntando dinero durante siete años para este plan”.
“Pues que su plan lo
lleve a cabo con éxito”.
Lo volvió a felicitar
con un abrazo.
“Ah, y a propósito
Fabien, ¿no te interesaría progresar conmigo? Digo, creo que ahí en tu puesto
de archivista no te ha dejado ver más allá”.
“¿Por qué no mejor se
lo pregunta a Larry?, creo que él si le interesaría y aparte sé que saldría
ganando con usted”.
“Se lo propuse durante
una llamada a larga distancia pero él me dijo que ya se había adaptado a su
nueva vida con su hija. Asimismo no puede marcharse así de fácil de la casa que
él ya había comenzado a comprar en Inglaterra con su crédito guardado en el
banco. Y en parte pues un poco de culpa siento por no haber pensado bien las
cosas y ayudara de la mejor manera a Larry y a su hija, pero es que nunca me
imaginé que la plaza comercial lograra hacerse.
Él tiene una gran responsabilidad
de cuidar a su hija, Fabien. Así que para mí es más sencillo que trabajes tú
conmigo puesto que eres joven, audaz y que sabe hacer muchas cosas. Te podría
sacar de esa mugrosa oficina de cuatro paredes”.
“En verdad se lo agradezco
pero tengo una misión que no pienso dejar al pendiente”.
“Ah, me he olvidado que
quieres jugar aún a ser el Sherlock Holmes de París” Brotó risas.
“No precisamente, señor,
pero sí hacer algo por el estilo. No sólo en París sino en toda Europa. Es lo
que no me niego a ser”. Sonrió Fabien.
“Bueno, suerte es lo
que te puedo decir porque éxito no lo sé”.
“En unos futuros años
me verá en las más polémicas notas rojas y reportajes policiacos. Se lo
aseguro”.
“Está bien, muchacho”
Le palmeó el hombro. “Una puesta de mil francos”.
“Ya propuso, créame
cuando sea ya un profesional me…”
“Irás a pagar” Dijo
Géroux interrumpiéndolo.
“No, al contrario usted
me irá a pagar”.
“Busque otra cosa,
Fabien, ser detective no te dejará nada”.
“Ya verá que sí”.
Después de un rato más
de conversación se hizo un diminuto silencio cuando Fabien aprovechó a pedirle
un teléfono donde se pudiera comunicar con Larry.
“Suerte has de tener,
Fabien, puesto que aquí en mi portafolio tengo la agenda de mis contactos. La
última vez que hablé con Larry, él me llamó y aprovechó en esa llamada para
darme su nuevo teléfono que tiene ahora. Con gusto te lo daré”.
Es entonces que Fabien
había logrado conseguir el teléfono de la casa de Larry cuando lo había
obtenido en un pedazo de papel regalado por la libreta de Géroux.
Regresó al edificio rápidamente donde trabaja para usar el teléfono de su
oficina. Le urgía llamarlo para tratar el tema con él sobre su esposa que al
parecer está desaparecida y no muerta, descubrir si en verdad estaría
embarazada y comprobar si no era una broma de mal gusto por parte de la hija de
Larry. Todo lo que había recordado de esa llamada lo tenía en mente todo este
tiempo, la congoja voz y las palabras de la chica.
El caso que se abriría
en investigación le intrigaba y aparte le resultaba muy buen inicio de empezar
serio en su nueva labor.
Después de haber
hablado con la operadora para hacer una llamada a Inglaterra comenzó a dar
línea.
“Sí, ¿quién habla?”
“Bonne nuit, me habló una jovencita hace unas semanas y si lo recuerdo
bien me dio su nombre. Era Eugenia, hija del señor Larry LeBrun, ¿se encontrará
por ahí’?”
“Soy ella, señor”.
“Salut,
Eugenia. No te había dicho mi nombre pero je suis Fabien Marciel, el muchacho con quien habías hablado la vez
que marcaste y habías comentado acerca de tu madre.
“…”
“¿Me escuchas?”
“Oui. Disculpe, me quedé pensando de cómo había conseguido mi
número.
“Oh, no sé si conozcas
al amigo de tu padre el Monsieur Géroux”.
“Oui”.
“Él me lo dio. Me
gustaría saludar a tu padre, aparte quisiera mencionarle acerca de lo que me
dijiste. No sé qué tan cierto sea lo que me hayas comentado y quiero
consultárselo a él”.
“¿Me está haciendo
pensar que no cree lo que le digo?”
“No, Eugenia. Sólo
quisiera tratar el tema con tu padre porque al parecer es un poco delicado.
“Escuche, señor…”
“Por favor dime Fabien,
no soy tan viejo como me imaginas”.
“Fabien, le agradezco
que haya hecho esta llamada que en verdad fue para mí una sorpresa y quizás un
poco inesperada. Yo traté de comunicarme con usted pero su número telefónico no
sé dónde pudo haberlo guardado mi padre. Sé que lo tiene él pero no me lo
quiere dar. Sin embargo qué gusto me da de volver hablar con usted, quiere
decir que tiene interés propio de ayudarnos con este caso, aunque me temo que
no será posible si no hay una entrega a cambio… ¿verdad?”.
“No, el dinero no me
importa ahora. Sé cómo es perder a una madre y yo estoy dispuesto ayudarte a ti
y a tu padre”.
De nuevo un silencio
volvió a oírse.
“¿Sigues ahí?”
“Creo que se lo había
dicho. Mi padre no se tiene que enterar, si usted hablara con él y le dijera
todo lo que yo le dije, simplemente le diría que no perdiera el tiempo”.
“¿Pero por qué me diría eso? Tu padre
aceptaría que lo apoyara con cualquier cosa. Te diré, yo no me había enterado
sobre tu madre. Quisiera comprobarlo si ella falleció o no. Si realmente ella
está muerta entonces mi único trabajo sería encontrar el cuerpo y que sea
entregado legalmente a los familiares de la fallecida.
“¿Usted cómo sabe sobre
el desparecido cuerpo de mi madre? ¿Mi padre se lo dijo?”
“No, los mismos rumores
de por aquí me lo platicaron. Quiero hablar con tu padre y no estaré jugando
contigo.
“¡Él no está!”. Colgó.
“¿Eugenia?”.
La línea se empezó a
escuchar cortada y entonces él colgó el auricular.
“Bueno, intentaré
llamar más tarde”.
…
En una calmada hora de las
siete y treinta en punto, Fabien llegaba a la casa de sus suegros para una cena
formal que tenía acordado con ellos esta noche. Mientras ellos se alistaban,
Fabien les esperaba sentado en un comedor colosal que al mismo tiempo jugaba con
una delicada copa de cristal hasta que ésta cayera a la alfombra. Y es que en
ese momento él había escuchado acelerados pasos afuera de la puerta, como si se
tratase de alguien que huyera. Entonces llamó a la criada para que fuera abrir
y viera quién era.
Al momento de abrir la
puerta no se esperaba Fabien ni la propia criada ver a la hija de los señores
de esta casa corriendo a los brazos de su legítimo prometido.
“¡Fabien! ¡Te tengo una
noticia!”
“Seguramente muy buena
porque estás muy fervorosa, dime qué”.
“¡Seremos padres!”.
“¡¡¿QUÉ?¡¡” La dejó de
abrazar al momento de escucharla. “¡No lo puedo creer!”
“¡Sí, Fabien! ¡Estoy
embarazada!
“¡Ah, qué feliz me
haces, Melanie!”
“Estoy tan feliz,
Fabien. Esta noche se lo diremos a mis padres. Ya verás que con esta noticia
ellos por fin aceptarán la relación que tengo y que tendré contigo. Pídeme si
quieres esta noche matrimonio y yo te diré si es que es necesario mil veces que
sí”.
“Amor, quiero solemnemente
jurar ante ti que sí seré tu esposo… pero a condición que aceptes vivir conmigo
a otro país y hablo de Inglaterra”.
“A qué quieres ir a
Inglaterra, somos felices aquí”.
“Pero no cerca de tus
padres o ¿me dirás que sí?”
“Fabien, ni si quiera
tienes para darme una casa, menos para un viaje a Inglaterra”.
“Te equivocas, tengo el
dinero para irnos sólo que no he podido contarte”.
“Contarme qué y de qué
dinero me hablas si apenas ganas un quinto a la semana”. Habló sobresaltada.
“Deja que te diga. Tengo
una gran herencia que me dejó mi padrastro antes de que él muriera a causa de
su enfermedad del corazón. Le iba heredar a su única familia que tuvo, su hijo
de su anterior mujer, quien jamás lo había querido y reconocido como padre, sin
embargo su hijo junto a la mamá de él terriblemente fallecieron en un accidente
de tránsito. Supiste bien que el señor sufrió mucho con su enfermedad del
corazón y que en cualquier momento él podía morir de un infarto. No tuvo a
quién heredarle, ni a un pariente aun así el más lejano, más que a mí.
“La suerte que corre en
ti, Fabien”.
“Pero no de mi
padrastro”. Miró hacia abajo.
“Ese hombre te trataba
mal”
“Sí, Melanie, pero al
menos cumplía su papel con mi madre y conmigo en darnos de comer y darnos un
techo en donde vivir”.
“Aun así no comprendo
por qué quieres irte a vivir a Inglaterra si es difícil vivir allá, más si no
sabes su idioma y como allá estén el costo de las cosas”.
“Tengo el dinero
requerido, tengo el lugar pensado en donde viviremos mientras, tengo las
agallas de conseguir un empleo, sé hablar inglés gracias a un gran señor que
precisamente se encuentra allá y tengo el deber de ir a verlo para ayudarlo
porque me necesita, porque a él se la debo por las cosas que ha hecho por mí”.
“Fabien... ¿todo esto se lo dirás a mis padres
ahora en la cena? Me imagino que sí porque te corresponde como mi futuro esposo
decirles tus planes conmigo y quieres formar una vida allá”.
“Es buen momento pero a
ti te corresponderá decirles tu decisión.
“Entonces Fabien, prepara
los fuertes comentarios que te dirán mis padres si en verdad dejamos Francia
por un largo tiempo”.
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¡Hola!
Estudio Guitarrístico + Tareas domésticas + Tareas escolares + Visitas al museo + Estudio de exámen para la Universidad = Abandono del fanfic.
Preparatoria + Química + Matemáticas + Pereza = Propenso a recursamiento
En pocas palabras...
Si Janeth, Sylvia, Salma, Andrea, Ruby, que son las que leen, (aunque ya no he visto comentarios de Syl :"c) pasan por aquí quiero decirles GRACIAS POR SEGUIR LEYENDO Y SEGUIR APOYANDO MI HISTORIA, LAS QUIERO UN MONTÓN A CADA UNA DE USTEDES Y A LAS QUE ME FALTA MENCIONAR.
Como dice el chef Benito en master chef kids "no dejen de cocinar"
Yo a ustedes les digo:
NO DEJEN DE ESCRIBIR
Espero saber algo de ustedes en sus historias o comentarios que dejen abajo.
LAS QUIERE SU SOCIA KAREN!!!!!